Las agresiones verbales pueden doler más que las físicas, debido a que dejan marcas más que profundas en nuestro interior. Te enseñamos a identificarlas para que puedas alejarte a tiempo en el próximo artículo.
Es muy frecuente, sobre todo en la infancia, hacer bromas reiteradas a la misma persona y poner apodos que resalten alguna característica física o de su personalidad.
Este tipo de actuaciones puede producir en la víctima un enorme daño y dejar grandes secuelas en ella durante largo tiempo. Por ello, es fundamental saber poner límite a las bromas.
Una persona que con frecuencia es objeto de burlas de sus compañeros y tiene que soportar día tras día las bromas del gracioso de turno, verá mermada su autoestima y su deseo de relacionarse con los demás.
¿Qué es la violencia verbal?
Los insultos, la humillación y los gritos son algunas de las formas de violencia verbal más frecuentes. Muchas veces no se consideran graves debido a que no dejan marcas visibles en el cuerpo, sin embargo, provocan heridas en el alma y minan la autoestima.
Las agresiones verbales pueden ser incluso más dolorosas que las físicas y tener consecuencias devastadoras en la persona que las soporta a diario. La depresión, las fobias, los ataques de pánico y la falta de amor propio son algunas de ellas.
También es posible que esta violencia ocasione el alejamiento con la familia y los amigos, una pérdida de la vida social o una falta de logros personales basados en la poca confianza que se tiene de uno mismo.
El agresor verbal no siempre acude a los golpes, no lo necesita: ya tiene a su lado a alguien dependiente, inseguro y temeroso que hará lo que desee.
¿Qué tipos de agresiones verbales existen?
A veces se resta importancia a los gritos e insultos pensando que la otra persona ha podido tener un mal día, estar cansada, nerviosa, etc. Esta normalmente pide disculpas y queda todo en el pasado.
Sin embargo, no se mide cuán hondo ha calado su agresión y qué heridas internas ha dejado. Al tolerar la conducta de una pareja agresiva, los que salimos perjudicados somos nosotros mismos.
Con el acúmulo de frases hirientes u ofensivas, la autoestima se va dañando. No nos damos cuenta del peso que se carga al acumular esas palabras y es muy difícil volver a confiar en uno mismo después de todo lo que hemos escuchado.
Las agresiones verbales más comunes son:
1. Degradación. Las palabras y frases degradantes nos hacen creer sutilmente que no somos capaces de hacer algo. Algunas de las más comunes son: “eres tonto, no puedes opinar”, “solo estás para cocinar y lavar”, “para eso eres mi esposa”, “eres un inútil”…
La degradación también puede aparecer en forma de burla o humillación según nuestra forma de vestir, algo que digamos, un sueño que tengamos o una idea que intentemos explicar.
2. Acusaciones y culpas. Todo lo malo que sucede en casa es nuestra responsabilidad: si no alcanza el dinero, si algo se rompe, si no podemos tener hijos… No importa lo que sea, siempre seremos la persona causante de todos los males habidos o por haber.
3. Críticas. Otra de las agresiones verbales que dañan el concepto que uno tiene de sí mismo. Las descalificaciones sin importar cuánto nos esmeremos, las comparaciones para mal, señalar todos los defectos y la constante evaluación de todas y cada una de las acciones.
A veces, pasamos estas por alto, pero hay que aprender a diferenciar entre una crítica dañina y un comentario constructivo. La primera utiliza palabras y tonos hirientes, nos hace sentir mal y nos desanima a mejorar.
4. Amenazas. Las típicas agresiones verbales previas al maltrato físico. Demuestran la agresividad y dependencia de la otra persona. “Si me dejas, me mato”, “si te vas olvídate de los niños”, “si le cuentas esto a alguien te dejo sin dinero”, etc.
Es sin dudas una manipulación emocional que evita que actuemos y hace que permanezcamos a su lado sin importar cómo nos trate.
5. Órdenes. Otro de los tipos de agresiones verbales más degradantes que puede haber: nos trata como si fuésemos su esclava o esclavo. Y esto sucede en cualquier lugar, incluyendo en la cama.
Hay que prestar atención al “qué” y “cómo” nos pide que hagamos algo. No es lo mismo pedir “por favor, ¿me traes un vaso de agua?” que espetar un “‘¡tráeme un vaso de agua, inútil!”.